miércoles, 23 de octubre de 2013

Intelectuales y políticos

Artículo publicado en La República, domingo 20 de octubre de 2013

El martes 22 la Pontificia Universidad Católica del Perú otorgará el Doctorado Honoris Causa a Fernando Henrique Cardoso.

Como académico, sus contribuciones lo han hecho uno de los más importantes científicos sociales latinoamericanos y mundiales; como político, llegó a ser presidente de Brasil en dos ocasiones, y durante sus gobiernos se dio el cambio que hizo que dejara de ser un país asolado por la inflación y el estancamiento económico, por la inestabilidad y la fragmentación política, y pasara a tener quince años de una excepcional estabilidad y prosperidad, que lo convirtieron en una potencia mundial emergente.

No es común que los intelectuales sean políticos exitosos. Hace poco el historiador canadiense Michael Ignatieff reflexionaba sobre su experiencia de los últimos años; profesor en las universidades de Cambridge, Oxford, Harvard y Toronto, entró a la política en su país, se convirtió en líder del histórico Partido Liberal y lo condujo en las elecciones legislativas de 2011, en las que obtuvo el peor resultado de su historia. Ignatieff volvió a la academia, y hoy se consuela pensando en muchos otros intelectuales que de una manera u otra fracasaron en la política: Cicerón, Maquiavelo, Edmund Burke, James Madison, Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill, Max Weber.

Cardoso entró a la política como parte de las luchas contra la dictadura en la década de los años setenta; fue electo (1982) y reelecto senador (1986), luego designado ministro de relaciones exteriores (1992) y ministro de finanzas (1993) de un presidente débil, Itamar Franco, que debió asumir el mando después de la destitución del presidente electo, Fernando Collor, por cargos de corrupción. En este último cargo le tocó enfrentar una profunda recesión y una aguda crisis hiperinflacionaria; el éxito en esta tarea le permitió llegar a la presidencia. Identificado con ideas de izquierda, le tocó implementar políticas de ajuste fiscal, privatizaciones, reforma del Estado, promoción de la inversión privada, liberalización de mercados. Ciertamente buscó también aumentar el gasto social y el fortalecimiento de las instituciones públicas, consolidar un juego democrático, a diferencia de lo que ocurría en Perú con Fujimori o en Argentina con Menem, en donde las políticas de mercado fueron acompañadas de autoritarismo político.

Como académico, Cardoso buscó fundamentar sus planteamientos en el análisis sin anteojeras de la realidad concreta: denunció la dependencia, pero reconoció que no estaba reñida con el desarrollo; denunció estructuras injustas, pero reconoció la capacidad de las elites y de los liderazgos para construir legitimidad política, por ejemplo. Como político, si bien defendió ideas de izquierda, reconoció que el desarrollo pasaba en el corto plazo por acabar con un Estado ineficaz y por asumir los retos que impone la globalización de la economía. Acaso en esa mirada realista y descarnada está la clave de su éxito académico y político.

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