viernes, 5 de diciembre de 2014

Perú, nación, Pedro y Gastón

Artículo publicado en La República, domingo 23 de noviembre de 2014

La última edición de la Conferencia Anual de Ejecutivos (CADE) se propuso “la exploración de los temas prioritarios a resolver para convertirnos en un país del primer mundo”. En nuestra cultura política coexistirían dos grandes actitudes frente a este tipo de desafío: una optimista, que consideraría esa meta alcanzable en un plazo razonable, y otra pesimista, que más bien diría que arrastramos tal cantidad de problemas históricos irresueltos, que tal invitación resulta excesiva. Más allá de los debates entre expertos y académicos, creo encontrar dos maneras de frasear estos talantes, expresados en dos artículos, uno del compositor y cantante Pedro Suárez-Vértiz (PSV), y otro del cocinero y empresario Gastón Acurio (GA). Dada la popularidad e influencia de ambos personajes, y en tanto sintetizan sentidos comunes que flotan en las cabezas de muchos peruanos, resulta pertinente examinar sus opiniones.

El 15 de noviembre pasado, en la revista Somos, PSV decía que nuestro gran problema es la persistencia del “viejo colonialismo occidental”: “somos una cultura truncada por otra”. De esa fractura surgirían el resentimiento y la envidia como patrones típicos de interacción entre los peruanos, lo que impediría nuestro desarrollo. La solución estaría en la educación, que debería ayudarnos a superar el trauma. En el otro extremo, GA, desde Perú 21 (30 de octubre) explora las razones que hicieron florecer a la cocina peruana en condiciones adversas: “compartir para crecer todos juntos”. Para GA, nuestra larga historia y nuestras diferencias son un activo, no una carga, la fuente de nuestro ingenio y creatividad. Y ese activo fue utilizado por una “comunidad gastronómica a la altura de su tiempo”. Es decir, el liderazgo también es clave. Para GA, estas claves se podría utilizar para el desarrollo del país en general, serían las bases de “un gran sueño que venza esa desconfianza mutua que nos paraliza como nación”. Es decir AG reconoce el problema señalado por PSV, pero lo ve solucionable.

Acaso la principal diferencia entre ambos sea la concepción de Estado y de nación que manejan, y también cómo enfrentar lo que los politólogos llamamos clivajes (líneas de división) sociales. El pesimismo de PSV proviene a mi juicio de tener en mente un modelo de Estado-nacional relativamente homogéneo, del que surge una doble idealización: la de los Estados Unidos y los países europeos (“germinaron y evolucionaron por siglos entre semejantes”) y la de lo que podríamos llamar el Perú prehispánico (“acá vivíamos haciendo artesanía, adorando al sol… hasta que llegaron unos extraterrestres en caballo y carabelas a interrumpir nuestro trayecto y desde ahí lo único que evolucionó fue una herida abierta”).

Desmontar el pesimismo de PSV requeriría cuestionar sus supuestos, entender que los Estados y las naciones son construcciones históricas, no simplemente herencias del pasado, y que los clivajes sociales pueden ahondarse o adormecerse con el tiempo. Seguiré la próxima semana.

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