lunes, 23 de marzo de 2015

Pasiones y odios

Artículo publicado en La República, domingo 22 de marzo de 2015

Las emociones en la política son muy importantes, mucho más en contextos tan personalistas y escasamente institucionalizados como el peruano. En algunas coyunturas, humores pasajeros en las alturas del poder pueden llevar a tomar decisiones con graves consecuencias para todos los ciudadanos. Los políticos deben ser, necesariamente, apasionados. Sin el ansia por el poder, ya sea por sí mismo, como para usarlo en nombre de ideales, principios o ideologías, un político no lograría sobrevivir. Pero al mismo tiempo, los políticos deben ser capaces de impedir que sus pasiones les impidan identificar sus intereses, cuándo emprender batallas y cuándo negociar y hacer concesiones. Como dice la famosa frase, coraje para emprender cambios, resignación para aceptar lo que no se puede cambiar, y sabiduría para distinguir la diferencia.

Acaso Susana Villarán cometió el error, en nombre de la limpieza y la transparencia en la política, de enfrentarse a Luis Castañeda, un alcalde saliente muy popular, cuando no contaba con evidencia suficiente que justificara una acusación penal por el caso Comunicore ni con un modelo alternativo de gestión bien definido. Su declive terminó reivindicando la figura de su adversario, facilitando su vuelta al poder con más del 50% de los votos, y que cuenta con más de 60% de aprobación al tercer mes de su gestión. Llama la atención por ello que al inicio de su gestión Castañeda pareciera guiado por la intención de deshacer todo aquello que privilegió la gestión de Villarán.

Nunca odies a tus enemigos. El odio afecta tu buen juicio” decía Michael Corleone en El Padrino III. En vez de desarrollar y consolidar el perfil obrista a favor de la población más pobre de Lima, perfil que le permitió volver a la alcaldía, en esta primera etapa de su gestión Castañeda parece dispuesto a traicionar ese perfil en nombre de la destrucción de las iniciativas de Villarán. El caso más clamoroso es el inicio de la construcción de tres bypass en la avenida 28 de julio, a costa de suspender el proyecto Río Verde. Es decir, se privilegia una obra de muy inciertos resultados, en una zona que no es la más crítica de la ciudad, cuyos problemas de circulación pueden ser mejorados con opciones más económicas (entre muchos otros problemas adicionales), por encima de un proyecto de construcción de un espacio público verde en las riberas del río Rímac, que beneficiará a los vecinos de San Juan de Lurigancho, Cercado, Rímac, El Agustino y San Martín de Porres, urgidos de espacios de recreación y entretenimiento, recuperando para la ciudad zonas abandonadas e inseguras. Es decir, Castañeda parece traicionar el perfil que lo hace popular en nombre de deshacer una de las obras emblemáticas de Villarán. ¿No es mejor potenciar y mejorar esa iniciativa?

Parecía que Castañeda tenía la clave del éxito de la gestión municipal con un populismo de derecha. Pero el odio podría hacerlo perder la brújula. El problema es que su ruina es también la de todos los limeños.

Las claves del éxito (y del fracaso)

Artículo publicado en La República, domingo 15 de marzo de 2015

La semana pasada preguntaba por las razones que explican algunos éxitos que el Perú puede exhibir en los últimos años: una reducción notable en la mortalidad, desnutrición crónica y anemia infantiles; la mejora en comprensión lectora y matemáticas en estudiantes de segundo grado de primaria; el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, entre otros. Decía que una clave es la continuidad de algunos esfuerzos, por encima de los cambios gubernamentales; y que esos esfuerzos se basan en un consenso pluralista, encabezado por una comunidad de expertos, que funcionan como “empresarios de políticas”, capaces de convencer a los políticos de que vale la pena seguir por un camino iniciado por otros. Los partidos hace rato que dejaron de ser productores de ideas y de iniciativas de política, ese ámbito ha terminado siendo ocupado por estos actores.

Ahora, esto no quiere decir que ese consenso sea de hierro, o que este no sea un camino lleno de accidentes y paradojas. Ya desde 1959 Charles Lindblom decía que buena parte de las políticas públicas avanzan “a salto de mata” (muddling through). Los políticos pueden ser indiferentes o pueden hacer avanzar ciertas reformas no porque crean en ellas, sino porque les sirven para otros propósitos. Y puede que a lo largo del tiempo haya diferencias de énfasis o iniciativas que se desvían un poco del sentido original. El asunto es que, a lo largo del tiempo, los esfuerzos resulten acumulativos, convergentes; entonces empiezan a aparecer los resultados.

Podría decirse que estas experiencias también sugieren las razones del fracaso de ciertas iniciativas: puede haber consenso político, pero que no recoge el consenso de los expertos; esto hace que las reformas sean inútiles. Piénsese por ejemplo en la actual “reforma electoral” emprendida por el Congreso: ni la “curul vacía” ni la prohibición de la reelección de presidentes regionales y alcaldes, tendrán efecto alguno en la mejora de la calidad de la representación política. Peor, puede empeorarla. Esto no debe llevar a despreciar a los políticos: el consenso entre expertos, sin respaldo político, no llega a ninguna parte. O el consenso puede no ser lo suficientemente amplio y plural, con lo que arriesga la continuidad con los cambios políticos.

El Perú, con sus ventajas y problemas, ha logrado una importante continuidad en la esfera macro-económica y está logrando avances en las políticas sociales, aunque todavía precarios y vulnerables. Nuestro déficit más clamoroso está en área política e institucional. No tengo esperanzas de que el actual Congreso pueda llevarla a cabo (ni siquiera se muestra claridad sobre la orientación de los cambios que se necesitan). Este debería ser uno de los grandes temas de la próxima campaña electoral, y un punto de compromiso entre los principales actores políticos, para implementar iniciativas ambiciosas en los primeros cien días del próximo gobierno. El trabajo de construcción de consensos debería tener ese horizonte.

lunes, 9 de marzo de 2015

Las claves del éxito

Artículo publicado en La República, domingo 8 de marzo de 2015

Hace unas semanas Alberto Vergara decía bien que nuestro país vivía una crispación sin crisis, es decir, “los peruanos (…) hemos inventado una situación peculiar donde nos odiamos políticamente sin que nada sustantivo se discuta en el país”. Este clima dificulta que nos detengamos un momento y veamos que algunas cosas están funcionando, mínimamente. Algunos ejemplos: UNICEF consideró el año pasado al Perú un modelo por sus logros en reducción de la mortalidad, así como en desnutrición crónica y anemia infantiles; la evaluación censal de estudiantes 2014 muestra mejoras importantes en comprensión lectora y matemáticas; hace poco, en la ceremonia de presentación del nuevo embajador peruano en Washington, el Presidente de los Estados Unidos dijo que Perú “es la envidia del mundo [por su] sobresaliente crecimiento económico en la última década, que ha permitido sacar de la pobreza a millones de peruanos”.

¿Qué tienen en común estos avances en salud, educación y política económica? En primer lugar, continuidad. Se trata de políticas iniciadas durante el gobierno del presidente Toledo, continuadas durante el de García, ampliadas durante el de Humala. En educación por ejemplo, con Toledo se instauró una política de mejora en las remuneraciones a los maestros, con García se aprobó la ley de Reforma Magisterial, que estableció concursos y evaluaciones para regir el ingreso y ascenso en la carrera docente, y se amplió la inversión en infraestructura educativa; esfuerzos que fueron redoblados durante el actual gobierno, y acompañados por capacitaciones y otras iniciativas. Las mejoras en salud y educación tienen además como importante complemento una política social, basada en transferencias condicionadas de dinero, que promueven controles preventivos y asistencia a las escuelas. Esto fue iniciado por Toledo bajo en nombre de “Juntos”, fue enmarcado con García bajo la estrategia “Crecer”, y con Humala potenciado dentro del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social. En cuanto a la política económica, la continuidad rompió el tradicional “péndulo peruano” del que hablaba Efraín Gonzales de Olarte; el modelo económico iniciado en la década de los años noventa no cambió con la “transición democrática” de 2000, a pesar de la crisis económica del periodo 1998-2002, a pesar de las diferentes orientaciones e inconsistencias de los tres últimos gobiernos.

Pero no es solo la continuidad. Ella debe ser resultado de lo que llamaría un cierto consenso pluralista. Es decir, la necesidad de implementar y persistir en ciertas políticas surge de cierto consenso entre expertos y especialistas, respaldados por pares internacionales y organismos multilaterales; consenso fruto de la deliberación entre posiciones diferentes, pero basadas en un mínimo de investigación y evidencia. Si el consenso es demasiado sesgado, se arriesga la continuidad; pero tampoco debe ser demasiado amplio, porque entoces las reformas corren el riesgo de ser intrascendentes. Seguiré con el tema.

Sin referentes (2)

Artículo publicado en La República, domingo 1 de marzo de 2015

La semana pasada comentaba que después de varias décadas nos hemos quedado sin referentes en América Latina. Para la izquierda, la experiencia cubana empezó a mostrar sus serios problemas políticos desde la década de los años setenta y económicos desde la de los noventa; la nicaragüense se perdió en un laberinto de corrupción y personalismo. Venezuela con Chávez devolvió la ilusión a muchos, una combinación de mayoritarismo e intensa movilización, basada en redistribución y un liderazgo carismático. Hoy parece una combinación de todos esos males con poco o nada de sus virtudes. Desde la derecha, el pinochetismo, el fujimorismo, el uribismo, en sus versiones “clásicas”, digámoslo así, resultan incompatibles con esquemas democráticos: requieren una reinvención, por decir lo menos, para que sus énfasis en el orden y la seguridad sean compatibles con un Estado de derecho. En los últimos años, experiencias de corte socialdemócrata parecían lograr una combinación virtuosa entre políticas económicas orientadas al mercado que lograban altas tasas de crecimiento, y políticas redistributivas con Estados activos en el terreno social. El socialismo chileno y el PT brasileño eran entonces los referentes. Desde la derecha se veían como la prueba de la sensatez de las políticas promercado, y desde la izquierda de la necesidad y viabilidad de Estados liderando políticas sociales ambiciosas.

En los últimos años, sin embargo, también estos referentes han perdido su calidad de tales. En Chile el lamento habitual es que la construcción de mayorías resulta tan precaria e implica tantas transacciones que han terminando deslegitimando y haciendo impotente al sistema político. Pero Brasil, acaso el modelo más admirado, ha caído más bajo aún: las concesiones necesarias para construir mayorías llevaron a la compra de votos en el Congreso, a la “repartija” de cargos públicos, a pura corrupción. Y las políticas de libre mercado por sí mismas no han logrado asegurar la sostenibilidad del crecimiento.

Por el momento parecemos estar en un lugar en el que las respuestas y propuestas ideológicas quedaron totalmente insuficientes frente a los nuevos desafíos que nos toca enfrentar. Octavio Paz decía en su discurso de aceptación del premio Nobel en 1990 que “el derrumbe de las utopías ha dejado un gran vacío (…) en aquellos [países] en los que muchos la abrazaron con entusiasmo y esperanza. Por primera vez en la historia los hombres viven en una suerte de intemperie espiritual y no, como antes, a la sombra de esos sistemas religiosos y políticos que, simultáneamente, nos oprimían y nos consolaban”. En este mundo, no tiene sentido la esperanza en “soluciones globales”, y lo que se impone es la búsqueda de “remedios limitados para resolver problemas concretos”.

Para un país con una historia de extrema ideologización como el nuestro, se trata de un desafío y de una oportunidad. Ahora más que antes se abre un espacio de centro, para que propuestas y soluciones se basen en “evidencia”.

Sin referentes

Artículo publicado en La República, domingo 22 de febrero de 2015

En América Latina pasamos de la “década perdida” (la de los ochenta, el final del modelo de desarrollo impulsado por el Estado, originado en la de los años treinta) a la de la hegemonía neoliberal (la de los noventa, con “estrellas” como Salinas de Gortari en México, Fujimori en Perú, Menem en Argentina, Sánchez de Lozada en Bolivia). De allí tuvimos una “media década perdida” (1998-2002) en donde nos decepcionamos de las promesas neoliberales y se dio un “giro hacia la izquierda” con variada intensidad, configurándose desde entonces una suerte de disputa entre dos grandes “modelos”, expresados en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA, con Venezuela, Cuba, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y otros) y la Alianza del Pacífico (Chile, Colombia, México y Perú). Unos más orientados hacia la izquierda, otros hacia la derecha, por ponerlo en simple. En este marco, Brasil y Chile aparecían como una suerte de virtuoso punto intermedio: políticas económicas favorables al mercado, pero con Estados que hacían grandes esfuerzos para promover el desarrollo social.

Luego vino la “década dorada” (2003-2013), en la que a todos nos fue bien, favorecidos por los precios altos de nuestros productos de exportación. Los líderes en crecimiento y en reducción de la pobreza fueron Bolivia y Perú, muestra elocuente de que la locomotora externa fue capaz de arrastrarnos a todos, independientemente de la orientación ideológica, siempre y cuando se hicieran las cosas mínimamente bien. Los problemas vienen ahora, con el final de los precios internacionales altos; ahora resulta que dependemos más de nosotros mismos, y nuestras limitaciones se hacen más evidentes.

Se ha comentado mucho sobre los límites de ambos modelos de desarrollo económico: hacia la izquierda, el énfasis en la distribución termina limitando el crecimiento, lo que termina impidiendo la distribución; hacia la derecha, el énfasis en el crecimiento genera desigualdad y problemas de legitimidad política que terminan haciendo inviable el crecimiento (de allí que Brasil y Chile fueran vistos como referentes exitosos). Sin embargo, no se ha comentado tanto otro problema, ubicado en la dimensión política: el dilema entre lo que podríamos llamar “mayoritarismo” de un lado, y los problemas asociados a la construcción de consensos en contextos plurales. Venezuela en estos días ilustra dramáticamente los límites del mayoritarismo: en nombre de la mayoría expresada en el voto, se avasallan los derechos de la oposición, se copan y manipulan las instituciones, se establece una dinámica autoritaria. Pero del otro lado, Brasil ilustra los altos costos que implican las concesiones necesarias para construir consensos. Se termina deslizando uno por una pendiente en la que se termina legitimando la compra de votos en el Congreso, la “repartija” de cargos públicos, prácticas clientelísticas, la corrupción. Lo que antes era tolerable apenas en los socios, termina siendo parte de uno. Seguiré con el tema.

Banda sonora e íconos

Artículo publicado en La República, domingo 15 de febrero de 2015

El jueves pasado falleció el gran violinista Máximo Damián. Las nuevas generaciones tuvieron quizá ocasión de conocerlo a través del documental Kachkaniraqmi (Sigo siendo) de Javier Corcuera (2012). En él Corcuera “viaja por los mundos del Perú a través de la vida de sus músicos”, haciendo una suerte de llamado a revalorar y recuperar un riquísmo patrimonio cultural vivo al que muchas veces parecemos darle la espalda como país. Los últimos días de Damián parecen una metáfora de esta desidia.

Kachkaniraqmi podría también verse como un intento de proporcionar una “banda sonora” a la identidad peruana. Somos, me parece, un país sin una banda sonora en la que todos nos reconozcamos; peor, tampoco tenemos imágenes icónicas que nos representen, y todo esto podría verse como expresión de las fracturas de nuestra identidad colectiva.

Existe una banda sonora e imágenes “de exportación” (la de la publicidad de PromPerú), con imágenes de Machu Picchu y otras construcciones o vestigios prehispánicos, generalmente acompañadas de sonidos de zampoñas, quenas y charangos. Esta versión, acaso eficaz para atraer turistas y promocionar nuestros principales atractivos arqueológicos, descansa en un consenso nacional de glorificación del pasado prehispánico, pero no es capaz de construir una narrativa sobre nuestro presente. De otro lado tenemos una agotada narrativa criolla tradicional, del vals criollo, la marinera y la música negra, cuyas bases fueron “desbordadas” por las migraciones desde mediados del siglo pasado. Y la hermosa banda sonora de Kachkaniraqmi expresa la riqueza y diversidad de nuestra música popular, pero ciertamente no la del consumo de masas.

Desde la sociología se ha hablado desde los años sesenta del “grupo cholo” como el germen de una identidad verdaderamente nacional, y acaso la llamada “cumbia peruana” sea su mejor expresión musical, que en los últimos años ha logrado ser popular también entre sectores altos, con lo que podría efectivamente expresar una suerte de síntesis en medio de las grandes diferencias del país. Sin embargo, nuestra cumbia no tiene (¿todavía?) el status de “música nacional” ni sus cultores el reconocimiento oficial que sí han logrado los músicos criollos o andinos.

En cuanto a las imágenes, ¿qué podemos proponer como alternativa o complemento a monumentos prehispánicos o al retrato de nuestra variedad geográfica (playas y desierto, montañas, bosque tropical)? La falta de imágenes obvias revela acaso la precariedad urbanística de nuestras ciudades, la falta de espacios públicos, nuestras divisiones sociales, la ausencia de íconos urbanos notorios y legitimados. Lima, la ciudad capital y urbe más desarrollada, tampoco tiene un perfil icónico, un skyline reconocible. ¿El cerro San Cristóbal? ¿El circuito de playas?

Me parece que estas cuestiones no pertenecen solamente al mundo de la publicidad, por así decirlo. Remiten a un debate necesario sobre la definición de nuestra cultura e identidad como peruanos.

Imágenes del futuro

Artículo publicado en La República, domingo 8 de febrero de 2015

Grandes y cada vez más reiteradas alteraciones del clima: niveles de calor y frío a los que no estábamos acostumbrados. Grandes lluvias e inundaciones, que obligan a grandes desplazamientos de la población, seguidas de largas sequías, que causan la muerte de animales, pérdida de cosechas, escasez de alimentos, racionamiento del agua, cortes de energía. Diferencias sociales que se ahondan: algunos pueden almacenar agua y alimentos, generar su propia energía, aislarse en barrios relativamente autosuficientes, otros enfrentan una vida cada vez más precaria. Todo lo cual deteriora la convivencia, desata el pillaje, así como las respuestas represivas del Estado.

¿Y los gobiernos? Cada vez más encerrados en negociaciones “en las alturas” y juegos políticos autoreferentes, con altos niveles de ineficiencia y corrupción, lejos de las preocupaciones de una ciudadanía que, si bien rechaza a los políticos, tampoco es capaz de generar alternativas viables para un manejo de lo público crecientemente complejo y especializado. Con lo cual lo que tiende a darse como respuesta no es tanto un cuestionamiento global al sistema, sino episodios de resistencia puntuales, esporádicos y violentos.

Parece el bosquejo de una “distopia” de ciencia ficción, de las muchas producidas en los últimos años. El asunto es que se trata de un escenario que se presenta alarmantemente cerca, y que nos afectará directamente. En Brasil, una sequía inédita afecta a gran parte del país, en particular a São Paulo, donde 20 millones de personas se enfrentan a la necesidad de un estricto plan de racionamiento: dos días de agua, cinco de corte a la semana, con planes de corte de energía concomitantes. Enfrentar de veras una situación como esta requiere de cambios muy profundos: cambiar los hábitos de consumo de la población, las formas de generación de energía, una revisión del impacto de la construcción de hidroeléctricas en la amazonía sobre las alteraciones del clima, un cambio en la lógica de producción para limitar las demandas de energía y sus efectos ambientales, es decir la lógica entera del desarrollo económico.

Sin embargo, el gobierno de Dilma Rousseff se encuentra acosado por graves y cada vez más escandalosas denuncias de corrupción: empresas públicas que reciben sistemáticamente sobornos de empresas contratistas con contratos millonarios, dineros sucios que financian campañas electorales cada vez más caras e inaccesibles, que también financian el uso de sobornos empleados para “construir” mayorías en un parlamento cada vez más mercantilizado y clientelizado. Como es obvio, no es el liderazgo que la población está dispuesta a seguir cuando pide sacrificios. Pero es el liderazgo que la propia población puso en el poder, temerosa de que quienes se proclaman como líderes alternativos no sean capaces de lidiar con la complejidad del sistema. El conocido dilema entre corruptos pero con experiencia frente a limpios pero incapaces. Suena inquietantemente conocido.

¿Atrapados sin salida?

Artículo publicado en La República, domingo 1 de febrero de 2015

Los sucesos de los últimos días muestran a un gobierno que se quedó sin opciones, de allí su inmovilismo.

En primer lugar, sus estrategias políticas han llevado a un callejón sin salida. Después del fracaso de la opción por César Villanueva (octubre 2013 – febrero 2014, más por vacilaciones desde la presidencia que por la acción u omisión de este), se optó por una sustitución de corto plazo que efectivamente duró poco (René Cornejo, entre febrero y julio de 2014), hasta que llegó Ana Jara. Jara le daba un manejo más político al Consejo de Ministros, y supuestamente contaba con un grupo de ministros reformistas que podrían darle aliento a su gestión: Segura en Economía, Ghezzi en Producción, Saavedra en Educación, Habich en Salud, por ejemplo. Poco a poco, el impulso se fue perdiendo, siendo el primer sintoma la caída de Habich en noviembre de 2014, víctima de las limitaciones de visiones tecnocráticas de la política. Más adelante, propuestas desde el Ministerio de Economía se ven entrampadas en medio de un ambiente de creciente confrontación política. A partir de cierto momento, los exabruptos de Daniel Urresti y la pugnacidad de Pedro Cateriano empezaron a perfilar la imagen del gobierno, minando el liderazgo de Jara. La derogatoria de la ley de promoción del empleo juvenil es nuevamente expresión de los límites de lógicas tecnocráticas, pero también del aislamiento de esa ala del gobierno frente a la otra; y es más expresión de las cuentas pendientes de la oposición con el gobierno (y un temor de quedar descolocados ante la marea de la opinión pública) que un rechazo a la misma.

En medio del fuego cruzado de intereses y facciones, proliferan diversos actores, desde los más organizados, dedicados desde el 2000 a la construcción de expedientes de personajes públicos para ofrecerlos al mejor postor, hasta los espontáneos de última hora. De ese mundo surgen las denuncias recientes contra Urresti y contra Jara, así como las denuncias contra el gobierno por supuestamente espiar tanto a opositores como a oficialistas díscolos.

La salida a esta situación es problemática. El camino de la confrontación ha llevado al aislamiento, con lo cual Jara ha ganado oxígeno, pero tampoco ha logrado recomponer el gabinete en sus términos. De otro lado, la salida de Urresti es vista como una concesión excesiva ante la oposición, por lo que cuando menos se ha logrado su silencio en estos días. Una recomposición parcial parece insuficiente, sin embargo para el gobierno no parece conveniente hacer cambios de fondo, en tanto ellos deberían darse en julio, cuando debe empezar a definirse cómo encarar las elecciones de 2016. La estrategia por ahora es la del muertito, considerando que la oposición no tiene tampoco intención, hasta el momento, de censurar el gabinete y forzar una recomposición de alcances imprevisibles. Recuperar la iniciativa poniendo por delante una agenda mínima de reformas hacia el final del gobierno podría ayudar a encontrar un camino de salida.