miércoles, 24 de junio de 2015

Wilfredo Oscorima

Artículo publicado en La República, domingo 21 de junio de 2015

No debería pasar desapercibido el hecho de que el hoy prófugo de la justicia Gobernador Regional de Ayacucho, Wilfredo Oscorima, haya sido sentenciado a cinco años de cárcel efectiva por delitos contra la administración pública. Ya antes había sido sentenciado a dos años de pena privativa de libertad suspendida, y tiene además varios otros procesos judiciales en curso. En todos los casos se trata de adquisiciones que evadieron irregularmente procesos de licitación, así como de gastos, inversiones o concursos que favorecieron indebidamente a postores o proveedores. Oscorima apareció en Ayacucho como un empresario próspero “surgido desde abajo”, con un capital amasado en el negocio de salas de tragamonedas e inversiones inmobiliarias. A pesar de las denuncias periodísticas y sospechas de que se trataría de una fortuna mal habida (lavado de activos) y de la implementación de estrategias abiertamente clientelísticas en su campaña electoral (llegó a regalar dinero en efectivo y otros bienes en sus actividades proselitistas) llegó a ser elegido presidente regional en 2010 bajo las banderas de Alianza para el Progreso. A pesar de los problemas que tuvo su gestión y de la existencia de serias denuncias de malos manejos y corrupción, fue reelegido en 2014, esta vez con un movimiento ad-hoc, la alianza Renace Ayacucho.

En 2010 comentábamos sobre la creciente intervención de empresarios sin mayores antecedentes políticos en la política regional, surgidos en el marco del ciclo de crecimiento económico iniciado en 2003 en el país, ocurrido en un contexto de extrema debilidad de los partidos políticos. Y nos preguntábamos sobre las posibilidades de éxito y perspectivas de estos personajes: Oscorima en Ayacucho, Picón en Huánuco, Vizcarra en Moquegua, Vásquez en Loreto, entre otros (al respecto, véase el importante trabajo de Mauricio Zavaleta, Coaliciones de independientes. Las reglas no escritas de la política electoral -Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2014-). Viendo el no muy feliz destino de Oscorima, Picón y Vásquez, y el mejor posicionamiento actual de Vizcarra (aunque no intentó reelegirse en 2014), pareciera que el traslado de prácticas empresariales a la gestión pública termina mal cuando traslada también prácticas “informales” de hacer negocios, por así decirlo. De otro lado, los casos de Vizcarra, o los de Atkins y Hilbeck en Piura, o de Cillóniz en Ica, si bien no están manchados por escándalos de corrupción, sí enfrentan los límites de formas “tecnocráticas” de acción política.

Finalmente, me parece importante resaltar la importancia del Consejo Regional como espacio de fiscalización de la gestión regional, junto a otros órganos de control, como la Contraloría y la Fiscalía. En la elección de 2014 Oscorima obtuvo apenas cuatro de trece consejeros, que ejercieron sus cargos con mayores niveles de independencia. En general, el papel fiscalizador de los consejeros regionales, y también el de los regidores municipales debería ser fortalecido.

Felipe González

Artículo publicado en La República, domingo 14 de junio de 2015

No deberían pasar desapercibidos en nuestro país las acciones de Felipe González, ex Jefe de Gobierno de España (1982-1996) y líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en Venezuela. Se sumó como abogado a la defensa de los líderes opositores encarcelados Leopoldo López y Daniel Ceballos, detenidos en el contexto de las protestas de febrero y marzo de 2014, y del alcalde de Caracas Leopoldo Ledesma, detenido en febrero de este año.

González fue un referente importante para la política peruana entre finales de la década de los años setenta y durante la de los ochenta. Fue elegido Secretario General del PSOE en 1977, a los 35 años, y como tal lideró la adopción de una identidad socialdemócrata del socialismo español, abandonando el marxismo-leninismo y la pretensión de tomar el poder mediante estrategias insurreccionales y violentas. Bajo ese perfil fue elegido Jefe de Gobierno español en 1982, a los cuarenta años. Desde allí lideró la modernización y “europeización” española, que permitió que ese país dejara de ser uno de ingresos medios y se conviertiera en uno desarrollado.

En nuestro país, el joven Alan García, elegido Secretario General del APRA en 1982, a los 33 años, encontró en González una fuente de inspiración. A un partido percibido como agotado tras la muerte de Haya de la Torre, García le dio una nueva identidad, marcada por un socialismo moderno. En esto García le ganó la partida a una izquierda enclada hasta la década de los años ochenta en el marxismo-leninismo, y reticente a renunciar al uso de la violencia como estrategia revolucionaria. Tardíamente, y sin fuerza suficiente, Alfonso Barrantes intentó hacer lo mismo desde la izquierda. Pero García también se extravió en su intento de construir un gran liderazgo histórico en su primer gobierno, excediendo los límites del realismo político, y hundió al país en una de las peores crisis de su historia.

Hoy, González, a los 73 años, ha emprendido una nueva tarea, que tiene repercusiones directas sobre nuestro país: recordarle a las izquierdas latinoamericanas lo importante que es la defensa de las libertades democráticas. En un contexto en el que tanto Evo Morales como Rafael Correa buscan la aprobación de la reelección indefinida, por ser para el primero “expresión de la voluntad popular”, y por ser el principio de la alternancia en el poder para el segundo “una tontería de la oligarquía”, es saludable que desde la izquierda se levante la bandera de la democracia, de la defensa de las libertades políticas, de los equilibrios de poderes republicanos: sería lamentable que ellas quedaran en manos de las derechas.

Las izquierdas latinoamericanas tienen en la actualidad una gran tarea pendiente, que es nada menos que redefinir su identidad, en un contexto en el que una de sus alas, la más radical, desvirtúa las libertades democráticas, y otra (la socialdemócrata) se ve envuelta en escándalos de corrupción a los que condujeron los excesos del realismo político.

Sangre fría

Artículo publicado en La República, domingo 7 de junio de 2015

Según la teoría de la destrucción mutua asegurada, desarrollada durante la guerra fría, la garantía de la paz era contar con un armamento capaz de, si un país era atacado con armas nucleares, contragolpear de una manera tal que pudiera ocasionar daños gigantescos al adversario. Solo la certeza de que un conflicto con armas nucleares llevaría inevitablemente a la destrucción recíproca haría que los actores se abstuvieran de usarlas. El problema es que para que esto funcione, se requería que las potencias contaran con gigantescos arsenales, que ponían en riesgo al planeta entero; y que asumía que los actores eran totalmente racionales.

Sin embargo, Graham Allison mostró, en su célebre libro La esencia de la decisión (1971), dedicado al análisis de la crisis de los misiles en Cuba, que suponer que los actores actúan racionalmente es un supuesto excesivo. Intereses de corto plazo, presiones de organizaciones y de grupos de interés pueden llevar a cursos de acción no racionales y, por supuesto, los actores también cometen errores, resultado de emociones desbordadas, la falta de información respecto a las intenciones del enemigo, o de asumir que este sí estaría dispuesto a actuar irracionalmente. La inquietante conclusión de Allison es que el mundo estuvo realmente al borde de una guerra nuclear en octubre de 1962.

Me vino todo esto a la mente a propósito de nuestro debate político: parecemos dispuestos a embarcarnos en acciones destructivas y autodestructivas porque nos dejamos irresponsablemente llevar por intereses inmediatísimos, o porque asumimos que es el adversario el que está dispuesto a actuar irracionalmente. Viendo las cosas en frío, al gobierno no le conviene una conflagración con la oposición (cierre del Congreso, “Ollantazo”), y tampoco a esta hacer lo propio con el gobierno (vacancia presidencial). Claro que a cada quien le conviene actuar con fuerza y hasta agresividad en algunas circunstancias, pero todos deberían ser concientes de que hay límites que no se pueden traspasar, porque entonces las cosas se pueden escapar de control y al final todos pierden de manera catastrófica. Acusar de Nadine Heredia de lavado de activos por prácticas “informales” de financiamiento político en el que incurren todos los partidos es un ejemplo de eso. También inventar conspiraciones que apuntan a la destitución del presidente para justificar no dar explicaciones ante cuestionamientos razonables. El costo colectivo ya lo estamos viviendo en un mayor “enfriamiento” de la economía y en un impasse legislativo que podría impedir que el gobierno apruebe cambios legislativos necesarios para salir del atolladero en el que estamos.

Para todo esto se necesitan políticos que sepan distinguir cuándo la búsqueda de los intereses partidarios atenta contra el interés general, que sean capaces de reconocer en los adversarios un mínimo de legitimidad y racionalidad, que sepan cuándo llega el momento de la negociación, de encontrar salidas al laberinto.

Tipos de corrupción

Artículo publicado en La República, domingo 31 de mayo de 2015

La corrupción aparece como un problema político grave para los ciudadanos en toda la región. Desde países con cierta “tradición” de enfrentar este tipo de problemas, como México, hasta otros supuestamente “inmunes” a estos como Chile. Pero si bien la queja es prácticamente unánime, la corrupción asume formas muy diferentes en cada contexto.

Esquematizando, de un lado tenemos países en donde se construyeron redes bien enraizadas que permitieron asociaciones “ventajosas” entre el mundo político, el sector público y privado, que prosperaron en contextos autoritarios. Con sus diferencias, México, Paraguay o Guatemala, podrían entrar dentro de esta caracterización. De otro lado tenemos países en los que la corrupción aparece por la perversión de mecanismos de construcción de coaliciones políticas o de acuerdos en su momento necesarios para asegurar la gobernabilidad. En Brasil, lógicas de negociación política se entremezclaron con prácticas tradicionales clientelistas y de patronazgo, y evolucionaron hacia la compra de votos y sobornos en el Congreso, y con el intercambio de financiamiento de campañas electorales cada vez más caras por posteriores concesiones y contratos estatales. En Chile, país con una tradición institucional más fuerte, los escándalos aparecen asociados a la perversión de lógicas de gobierno amigables con el sector privado, que buscando el desarrollo de una economía de mercado, devinieron en asociaciones que hoy llamaríamos “mercantilistas”.

En este marco, podría decirse que en nuestro país carecemos de redes de corrupción bien asentadas y articuladas (aunque las tuvimos con el montesinismo durante el segundo gobierno de Alberto Fujimori), dada nuestra dificultad general para actuar colectivamente en todo orden de cosas, y tampoco tenemos la degradación de lógicas pactistas, dada la naturaleza más bien antropófaga de nuestro sistema político. Nuestra corrupción no tiene una organización centralizada, ni redes extensas, y no aparecen, al menos no hasta el momento, lógicas “cartelizadas” por así decirlo. Lo que los escándalos recientes sugieren es que tenemos diferentes núcleos independientes que intentan sacar provecho de contar con “contactos” en mundo político, el sector público y el privado. Esos núcleos pueden tejer pequeñas redes sobre relaciones de tipo partidario (como en los dos gobiernos de Alan García), o sobre vínculos construidos durante el paso por el Estado (redes heredadas del fujimorismo, por ejemplo), como ser empresas particulares, como el caso Belaunde Lossio. Quien sí avanzó en crear una estructura bien montada fue César Alvarez en Ancash, articulando al gobierno regional con el sector privado, medios de comunicación locales, y autoridades judiciales, “proeza” no lograda en otros contextos regionales.

Lo bueno es que las redes de corrupción existentes, al no contar con una dirección centralizada, no parecen capaces de desafiar al Estado central; lo malo es que su dispersión hace su combate mucho más difícil.