jueves, 16 de junio de 2016

2018, julio

Artículo publicado en La República, domingo 12 de junio de 2016

¿Cómo se verán las cosas el 28 de julio de 2018, al empezar el tercer año de gobierno, cuando los grupos políticos tengan en mente a las elecciones regionales y municipales de octubre de ese año? Recordemos que Toledo, García y Humala empezaron sus gobiernos con aprobaciones superiores al 55 – 60%, y al iniciar el tercer año habían ya caído a un 30% Humala, 25% García y a un 10% Toledo. Además, Toledo inició su presidencia con 46 congresistas, y al inicio del tercer año, solo contaba con 40 (terminó con 34); Humala empezó con 47, al inicio del tercer año tenía solo 35, y terminará con 28 (el APRA sí empezó y terminó con 36 miembros durante su segundo gobierno).

El perfil tecnocrático del presidente electo y de sus colaboradores más cercanos anuncia el desafío de tener un buen manejo político, especialmente en la relación con la oposición parlamentaria fujimorista y con la oposición en las calles de las regiones y de la izquierda. En un contexto económico y político más complicado, está el riesgo de un desgaste rápido, de la pulverización de una bancada pequeña, y de la desaparición electoral prematura del partido PPK en 2018. Recordemos que Perú Posible presentó candidatos a las elecciones regionales de 2002 y 2006, pero obtuvo apenas el 13.5 y luego el ¡1.6!% de los votos totales, respectivamente, y solo un triunfo, en el Callao en 2002. El APRA presentó candidatos en las elecciones de 2010, obtuvo el 9.5% de los votos totales, y solo un triunfo, en La Libertad. Y el Partido Nacionalista ni siquiera presentó candidatos a las últimas elecciones regionales. En las tres ocasiones, la debacle regional fue el anticipo del desastre electoral de Perú Posible en 2006, del APRA en 2011, y del Partido Nacionalista en 2016.

Por ahora, los actores están presionados a mostrarse, desde la oposición, colaboradores y constructivos, y desde el gobierno, audaces y decididos. Pero muy rápidamente, el previsible desgaste del gobierno y el horizonte de las elecciones de 2018 empujarán al gobierno a ser más concesivo y concertador, y a la oposición a marcar distancias con este. El Frente Amplio se juega en 2018 la credibilidad que necesita para el 2021, y el fujimorismo necesitará demostrar que sigue siendo una opción vigente, a pesar de sus dos derrotas presidenciales sucesivas. El juego es más fácil para el primero, que puede asumir un papel opositor más neto, mientras que el segundo está obligado, desde su mayoría parlamentaria, también a sostener al gobierno (sin sus votos no sobrevive). Seguramente recordaremos la figura del Consejo de Ministros de Pedro Cateriano como una ilustración de esta situación. Y tanto el Frente Amplio como el fujimorismo intentarán no ser rebazados como parte del sistema desde fuera del parlamento, por grupos como el de Julio Guzmán, por ejemplo.

Para el gobierno, entonces, es clave mantener margen de juego, para lo cual necesitan habilidades políticas, no solo tecnocráticas; para la oposición, prepararse para el 2018, trampolín para el 2021. Un comentario breve sobre el fujimorismo: deberá no solo sostener al gobierno y ejercer un control opositor. Está obligado además a poner su mayoría al servicio de la implementación de reformas importantes. Un excelente referente: la ley universitaria y la de institutos superiores impulsadas por Daniel Mora, iniciativas que provienen claramente de un liderazgo parlamentario, no del poder ejecutivo. Mejor si se comprometen con inicitivas encaminadas a reformar el Estado y las instituciones democráticas. Sería bueno para el país y para sus esfuerzos de “conversión democrática”.

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