lunes, 2 de abril de 2018

¿Y después del jueves, qué?

Artículo publicado en La República, domingo 18 de marzo de 2018

No hay manera de saber cuál será el resultado de la votación de la moción de vacancia del presidente Kuczynski del jueves 22. La balanza parece ligeramente inclinada a favor de la sobrevivencia del presidente, pero estamos ante una moneda en el aire, prácticamente.

¿Por qué la oposición se ha lanzado a esta aventura de resultado incierto? Nuevo Perú quiere borrar la abstención de la votación de diciembre, que la hizo quedar muy mal después del indulto al expresidente Fujimori, y junto al Frente Amplio no quieren aparecer como cómplices de un gobierno “corrupto y neoliberal” y arriesgar ser rebasados por la banda izquierda. El fujimorismo no puede negar su actuación de diciembre, y espera recuperar la iniciativa, su imagen como luchadores contra la corrupción, dejar de estar en el bando de los acusados, afianzar a sus huestes después de las deserciones que ha sufrido. Otros calculan ganar más buscando buena ubicación frente a un hipotético gobierno de Vizcarra que aceptando las ofertas que lanza un gobierno con cada vez menor credibilidad.

El problema es que para la ciudadanía estamos ante una pura disputa de poder en las alturas de la política, jugada entre actores, todos ellos, manchados por acusaciones de corrupción, que intentan limpiarse acusando a otros de ser los verdaderos corruptos. De allí que la indignación y la molestia ciudadana no se exprese de manera visible: ella no logra ser canalizada por nadie, porque todos aparecen igualmente comprometidos.

Hay que reconocer que el presidente ha hecho méritos para llegar al entredicho en el que está atrapado. Aún parado en el cadalso en el que se discute su ejecución, es incapaz de dar explicaciones claras y convincentes respecto a su actuación pública. Al punto que incluso muchos que piensan que sería inconveniente para el país que se declare la vacancia del presidente Kuczynski la próxima semana, tampoco pueden imaginar cómo éste presidente podría ser capaz de gobernar hasta el 2021, llevando apenas poco más de un año y siete meses (me incluyo en ese grupo).

Y es que el drama de la situación actual es que estamos muy mal con la situación actual, pero tampoco es claro que con un cambio vayamos a estar algo mejor. Y que hemos quedado atrapados en una disputa puramente política, sin vínculo con los problemas del país y sus necesidades. En medio de la trifulca, las pocas iniciativas reformistas que intentó, mal que bien, implementar este gobierno se han perdido: ¿qué pasó con la reforma policial y del sector interior intentada por el ministro Basombrío? ¿Y la reforma educativa de los ministros Saavedra y Martens? ¿El acuerdo nacional por la justicia de la ministra Pérez Tello? ¿La reforma de la salud de la ministra García? ¿La reconstrucción con cambios liderada por De la Flor? En medio de los problemas, cuando menos se percibía cierta intención, la existencia de un rumbo. Ahora, prácticamente nada. Y la inercia de temas importantes heredados del gobierno anterior (política social, diversificación productiva, ley SERVIR) también parecen haber naufragado en el último año. Así que el saldo es depriment y la sensación es que país va al garete.

Desde este punto de vista, no interesa tanto lo que pase el jueves; podemos estar a la larga en las mismas con Kuczynski o con Vizcarra. Encerrados en una pura disputa de poder en las alturas, sin enfrentar los problemas que desvelan a los ciudadanos. Por ello, después del jueves urge gestar a quien esté a cargo del ejecutivo, al Congreso y a la sociedad civil un amplio acuerdo político que permita que el país deje la parálisis en que se encuentra.

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